Molas, proyecciones de nuestras raíces

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Rosmery Cristel González Mela


Esta historia comienza en una hermosa tarde, con un clima soleado y una fresca brisa marina que acompañaba la serenidad del lugar. No era un día cualquiera: se trataba de mi sesión fotográfica por mis 15 años.

La ubicación que elegimos fue el Casco Antiguo de la ciudad capital, un lugar lleno de plazas concurridas y pintorescas calles empedradas, rodeado de edificios con vibrantes tonalidades. Este sitio, además de ser encantador por su arquitectura, está impregnado de historia y vida cultural.

Al recorrer el corregimiento de San Felipe, no solo se disfrutan los bellos edificios y restaurantes. Lo más cautivador para mí fue observar las expresiones artísticas de las culturas que conforman los pueblos originarios de nuestro país. Durante el paseo, en busca de los mejores escenarios para mis fotos, me detuve a admirar a varias mujeres que vendían artesanías en la calle.

Entre todas las piezas, una destacó especialmente: la mola. Este arte textil, perteneciente a la etnia guna —mi cultura originaria favorita—, forma parte de su vestimenta tradicional. Me fascina por sus complejos diseños y la riqueza de sus colores.

La mola es un tejido hecho a mano que aparece en los atuendos femeninos tradicionales del pueblo guna de Panamá y tienen su origen en la pintura corporal. "Los guna transfirieron los diseños geométricos tradicionales a los tejidos tras la colonización española y los misioneros. Al principio, las molas se pintaban directamente sobre la tela, pero más tarde los guna desarrollaron la técnica de la aplicación inversa", según aparece en el sitio web de Naciones Unidas.

Se cosen varias capas de tela multicolor y luego se crea el diseño cortando partes de cada capa. Por último, los bordes de las capas se vuelven hacia abajo y se cosen. Las puntadas son casi invisibles con puntadas ciegas y puntadas diminutas. Las mejores molas tienen puntadas finas y están hechas con agujas diminutas.

En ese pequeño rincón del Casco Antiguo, un callejón lleno de artesanías, la energía que emanaba de cada pieza me transportaba a tiempos antiguos, a los inicios de nuestra historia como nación.

Una de las maravillas de este barrio es que cada edificio parece contar su propia historia, como si camináramos por un viaje al pasado. Al final de la jornada, las palabras no pueden describir por completo la felicidad que sentí. No solo por las fotografías que recordaré siempre como parte de un momento especial, sino por la enriquecedora experiencia cultural que viví.

Como admiradora de la cultura y la historia de mi país, puedo decir con certeza que no hay mayor belleza que apreciar aquello que constituye nuestra identidad nacional, y la importancia fundamental de estos pueblos ancestrales en la construcción de nuestro país.

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